¿Es buena la leche?

El consumo de leche y sus derivados está considerado uno de los pilares básicos de una buena alimentación. Sin embargo, especialistas en nutrición y diversos estudios asocian su consumo a problemas de salud.

La leche y los productos lácteos como el yogur o el queso están considerados como alimentos insustituibles en la dieta, porque aportan nutrientes únicos, esenciales para la salud. Por sus características nutricionales, son los alimentos más básicos y completos ya que contienen hidratos de carbono, proteínas, grasas, vitaminas y minerales.


Se ha debatido mucho sobre el efecto beneficioso o perjudicial de los lácteos sobre la salud. Desde siempre la leche ha estado considerada como uno de los alimentos más completos que existen por su contenido en vitaminas A, B, C, riboflavina y niacina, hierro, calcio y proteínas. Su consumo habitual suple un tercio de las necesidades diarias del organismo en cuanto a vitaminas; ayuda a disminuir el riesgo de contraer cáncer de mama, gracias a la lactosa y su contenido en calcio es también fundamental para evitar la osteoporosis.

Datos contrapuestos

Sin embargo, en los últimos años se ha producido una desmitificación en torno al consumo de leche, debido a la difusión de mensajes negativos sobre las propiedades de los lácteos y de estudios con resultados contradictorios. Por un lado, algunos resultados asocian el consumo de lácteos desnatados con una reducción de la obesidad. Recientemente se han dado a conocer unos resultados sobre leche y productos lácteos de los que se desprende que la mayoría de las personas encuestadas consideran estos alimentos como un producto equilibrado, nutritivo y saludable.

Esta imagen choca con los planteamientos que, desde hace algún tiempo, se han dado a conocer desde el campo de los especialistas, donde incluso se ha llegado a sugerir la eliminación de los lácteos de la alimentación cotidiana, al considerar que aportan importantes cantidades de colesterol y grasa a la dieta.

La leche de vaca contiene aproximadamente tres veces más proteínas que la leche humana y casi un 50% más de grasa. De hecho, se considera que las proteínas, el azúcar de la leche y la grasa saturada de los lácteos pueden representar riesgos en la salud de los niños porque contribuyen a aumentar el riesgo de enfermedades crónicas como la obesidad o la diabetes, así como algunas enfermedades cardiovasculares.

La leche puede ser también la causa principal de alergias entre la población infantil, con diferentes síntomas, desde dolores de cabeza, exceso de mucosidad nasal y problemas en los oídos hasta fatiga muscular. Los productos lácteos han sido relacionados también con problemas respiratorios, cutáneos o gastrointestinales.

Controlar los niveles de calcio

Otra de las afirmaciones que se establece es que los lácteos no son una buena fuente de calcio. De hecho, la leche animal tendría un papel desmineralizante en las personas adultas, especialmente en aquellas que comienzan a tomar leche animal sin haberla tomado antes. La razón es que el exceso de proteínas de los lácteos produce una acidez transitoria que ocasiona una pérdida de calcio e incluso podría contribuir a un aumento de la osteoporosis, cuando supuestamente deberían ayudar a combatir esta enfermedad.

Los especialistas consideran que, más importante que controlar la ingesta de calcio, resulta vigilar la pérdida de éste. Para ello conviene seguir una dieta en la que haya una buena presencia de verduras como el brócoli y el repollo.

Según establecen los expertos, es posible alimentarse perfectamente prescindiendo de los lácteos y no tener carencias de ningún tipo. En los establecimientos alimenticios se pueden encontrar una amplia variedad de leches vegetales (de arroz, sésamo, avena, almendras o de avellanas).

El principal hidrato de carbono de la leche es la lactosa. Para que el organismo sea capaz de digerirla es necesaria la presencia de una enzima llamada lactasa que, en ocasiones, puede faltar total o parcialmente. En esta situación se produce la denominada “intolerancia a la lactosa”, una de las dolencias más directamente asociadas con los lácteos. No es peligrosa, a pesar de que produce dolores abdominales, hinchazón y diarreas. Se manifiesta con frecuencia en los adultos, aunque también puede desarrollarse en la infancia cuando se introduce la leche de vaca en la dieta del niño o más tarde en una etapa posterior.